Juan Simón fue un central espectacular de la década del ochenta. Un dos con una clase del carajo, de esos que quitan desde el piso, extirpando la pelota, quitándola con el hueco que se hace en la rodilla semiflexionada, después se levantaba mientras el delantero seguía corriendo sólo, sin la pelota, haciendo el ridículo, un ridículo disimulado porque las miradas, embobadas, se quedaban mirando al zaguero que impertérrito ya levantaba la cabeza para entregar la pelota con la cara interna del botín derecho, siempre limpita, redonda y dando la impresión de que recién lustrada a un compañero. La virtud técnica era empañada, eso sí, por la virtud humana, el tipo era correcto, pulcro, trataba de evitar el foul, sin patadas, acaso alguna vez, pero alguna vez, se le soltó la cadena, y lo rajaron, jugaba de dos, no era un enganche tampoco, me acuerdo una tarde en cancha de Boca, le dio un furibundo puntapié a uno de Ñuls, en el área que da a la 12, pero así demostraba que hasta él se equivocaba de vez en cuando, exonerando al resto de sus compañeros mas proclives a los deslices futboleros.
Imagínese, él el dos de Boca a mis 12 años, cuando yo jugaba de defensor en Deportivo Atletic. Era mi espejo, mi sueño era jugar como él. Imitaba cada uno de sus movimientos y la admiración era tanta que disfrutaba más de un cierre preciso que de meter un gol. El tema del gol era, quizás, su déficit, tenía poco gol, no recuerdo alguno, si metió fueron pocos, pero evitaba tantos que a quién carajo le importaba que hacía en el área de enfrente, porque vio que hay defensores que tienen que hacer cien metros ida y vuelta para lavar sus culpas, pero este no era el caso, podía darse el lujo de quedar de último hombre cuando teníamos un córner a favor.
Para más datos, para ilustrarle mejor y para que usted entienda mi emoción, le cuento que soy de los tipos que le gusta ir a ver la Reserva para ver qué pibe se destaca, y, por costumbre, tiendo a mirar a los centrales, indefectiblemente, cuando alguno me gusta, lo comparo con Juan Simón, tiene el timming de Simón, o sale jugando como Simón…ocasionalmente tengo que contarle a algún plateísta muy joven quién fue Simón.
Entonces imagínese mi escozor esa tarde de Septiembre, con un sol que rajaba la tierra pero con una temperatura agradable, ideal para un picado. Ahí estaba yo, paradito a la altura de la medialuna (o entre la medialuna y el área grande) y, ahí nomás, Juan Simón a una distancia de no sé…cuatro metros, bueno, lo que distancia al dos del seis, un poco más adelante que yo, algo propio de su experiencia y privilegio bien ganado (era subcampeón del mundo el tipo). Yo, igual, medio que estaba en la mía, no quería mirarlo mucho y menos hablarle, que se yo, por ahí el tipo creía que yo era un pesado insoportable, un pelotudo, que se yo, yo me quería manejar con naturalidad, como dueño de mi ubicación. Pero su imagen, para mí era como un imán, de reojo lo miraba, siempre algo se aprende. Incluso noté que le envidiaba algo, esa tranquilidad del tipo. Ganáramos o perdiéramos, el tipo siempre tranquilo.
Yo seguía en mi lugar, haciendo el esfuerzo de mirarlo sin que se diera cuenta y mucho menos de hablarle, yo pensaba que quizás en una situación, un gol algo así en el revuelo podía quedar cerca de él y recibir un gesto de aprobación. Ni hablar de pedirle una camiseta, eso sería demasiado y, aparte podía tirar todo a la mierda. Así que ahí seguía yo, a la distancia del dos al seis, el algo más adelantado y yo relojeando. Pero esa tarde Simón reparó en mí.
Y, ojo, no es que el tipo me vió mal ubicado, o me quiso hacer notar que le estaba reclamando alguna pelotudez al árbitro al límite de la contravención. No, el tipo se dio cuenta de que yo podía serle útil. Sí, yo, yo podría darle una mano, yo podría ayudarlo a cubrir mejor un sector para él desprotegido, casi diría, noté en ese momento, inalcanzable para su humanidad (ya llevaba unos años de retirado), y ahí estaría yo, el que soñaba con emularlo para cumplir, desde mi juventud comparada, con su encargo. Me miró, lo miré, me levantó la ceja como mostrándome a alguien que vendría cerca de mí, oteé a mi derecha y ví a qué se refería. Lo volví a buscar con la mirada y ahí ya me levantó la mano izquierda.
- Pibe, pibe, ahí a ese!!- me gritó.
- A mi? – mezclé la humildad con la incredulidad.
- Si pibe, vos, dale – insistió, ya con los ojos para afuera, como viendo que perdíamos la chance.
Entonces tome al hombre del hombro, justo cuando me pasaba por la derecha, dio vuelta la cara como no entendiendo, porqué fui directamente a agarrarlo si no era necesario. Sujetándolo me quise asegurar y me volteé hacia donde estaba Simón y le devolví un gesto como de reaseguro que era eso lo que quería, me asintió con la cabeza, con aire resignado, como diciendo no era tan complicado lo que te pedí boludo.
- Hombre, ahí en la tercera fila, te llama Simón – le dije al cafetero de la platea Norte mientras le pagaba sus cuatro pesos.
- Cuando termine con la fila cuatro voy – contestó sin mirarme, como si le chupara un huevo quien lo llamaba.
Le hice seña de que ya le había avisado. Simón me levantó el pulgar. No me quedé tranquilo hasta no ver que tenía su vasito blanco en la mano. Después empezó Boca – Independiente. Ni me acuerdo como salió y me importa un carajo, a mí me habló Simón.